¿Por qué me hice voluntario? Testimonio de Joaquín Jiménez, presidente de Bancosol

Me pides, querida Estefanía, que te cuente cómo me hice voluntario de Bancosol…

Pues verás, hace algo más de 12 años, Germán Barceló, q.e.p.d., padre de mi cuñada María del Mar, aprovechaba todas las reuniones familiares en las que coincidíamos para soltarme una puyita. Fue después de 2 años de insistencia cuando le di el SI, y entonces organizamos una reunión en mi casa con varios amigos, a la que vinieron él, Javier Peña y Rafael Salcedo. Ahí empezó la historia de la delegación de Bancosol en Ronda. Ya han pasado más de 10 años. ¡Cómo pasa el tiempo!

Pero tu pregunta va más allá. ¿Por qué me hice voluntario?

Ese sí dado en un momento, se va fraguando durante mucho tiempo. Es la formación que recibe la persona desde joven la que hace que nos importen las personas y lo que nos hace actuar ante situaciones de injusticia como es el caso de la pobreza. El mundo actual no es justo con los pobres. Es esa sensibilidad que nace del corazón la que nos hace ponernos en acción para trabajar contra esas injusticias que lacran al ser humano.

En definitiva, el hacerme voluntario es debido a mi “modo de ser”, a la personalidad que se ha ido formando desde el seno familiar y muy especialmente en la etapa de juventud. Tiene mucho de sensibilidad personal. El voluntariado supone una elección libre de la persona, para incorporarse a un grupo donde trabajar por unos objetivos comunes, con la finalidad de ayudar a las personas en muy diversos ámbitos.  Presupone una gran conciencia solidaria. Pero cuidado, no se trata de ocultar o paliar la responsabilidad de los gobernantes, auténticos responsables de la solución, muy al contrario, el voluntariado supone una denuncia clara de una injusticia social.

Hace poco leía que “la justicia basada en el amor es más grande que la de los juristas y la de todos los derechos humanos juntos”.  Es cierto, el amor mueve montañas. Así el voluntariado que nace del amor es la base del mejor de los voluntariados. Lógicamente hay muchas motivaciones válidas, la más clara es aquella de que “también me podría pasar a mí” y de ahí que tomemos conciencia del problema. En esa sensibilidad, en esa igualdad de ver en el otro a una persona como yo, sin distinción de sexo, raza, religión…, ahí radica la gran riqueza del ser humano.

Pero cuidado, hay que ser voluntario, no “voluntarista”. Ser voluntario es asumir con todas las consecuencias una responsabilidad social para la que hay que prepararse. No vale solo con el querer dedicar parte de nuestro tiempo, es necesario asumir la necesidad de formarme para dar un mejor servicio. Si no asumimos como muy importante la tarea de una formación continua para perfeccionar la acción de voluntariado, nos quedaríamos en un acto voluntarista. Es en definitiva, poner al servicio de los demás todo mi ser, incluso todas las potencialidades que poseo y que debo desarrollar para ofrecer un mejor servicio.

Varias veces he sacado la palabra que resume nuestra acción: SERVICIO.

Servicio es ser generoso con los demás, es poner a su disposición todo nuestro ser sin desfallecer, de una forma totalmente gratuita.  No hacemos voluntariado para buscar recompensas, sean económicas o de búsqueda de prestigio o búsqueda de ascenso a otras escalas sociales. Es una gratuidad total que tan solo nos reporta el beneficio de la satisfacción interior que llena y plenifica al ser humano.

Realmente, el voluntariado entendido como servicio y entrega de sí a las personas a las que se aprecia y “ama”, merece la pena.  Ánimo.